2000–2009
La búsqueda de un puerto seguro
Abril 2000


La búsqueda de un puerto seguro

“El Salvador es nuestro solaz y santuario en las tormentas de la vida. Si buscamos paz, debemos acudir a Él”.

Es un privilegio el estar con ustedes en esta ocasión histórica. Personalmente, este magnífico Centro de Conferencias, con sus muros de granito imperecedero, es un símbolo de una gran obra de los últimos días: la piedra que vio Daniel, “cortada del monte no con mano”1, para permanecer para siempre como el reino de Dios. Tanto si ustedes están aquí en persona o participando desde cualquier otro lugar, les alabo por la decisión de ser parte de esta histórica conferencia general y ruego que el Señor les bendiga por su fidelidad.

Hace más de sesenta años serví como misionero en Austria y Suiza; fue un tiempo algo difícil pero también maravilloso. Llegué a amar a las personas de esa parte del mundo y no quería dejarles, pero llegó el fin de mi servicio misional a finales de agosto de 1939 e hice los preparativos para regresar a casa.

Tras un largo viaje surcando el Océano Atlántico, que en aquella época era peligroso por motivo de la guerra, me regocijé al ver aquel maravilloso símbolo de libertad y democracia que es la Estatua de la Libertad. No puedo expresarles el alivio que sentí cuando por fin llegamos a ese puerto seguro.

Imagino que fue algo semejante a lo que sintieron los discípulos de Jesucristo el día en que, junto con el Salvador, navegaron por el Mar de Galilea. Las Escrituras nos dicen que Jesús estaba cansado y se dirigió a la popa, donde se quedó dormido sobre un cabezal2. A poco, los cielos se oscurecieron y “se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca”3. La tormenta rugía; los discípulos se alarmaron. Parecía que la barca iba a zozobrar, más el Salvador seguía dormido. Finalmente, ya no pudieron aguantar más y despertaron a Jesús. Imaginen la angustia y la desesperación en sus voces cuando imploraron al Maestro: “…¿no tienes cuidado que perecemos?”4.

Hoy día, muchas personas se sienten abrumadas y agobiadas; muchos sienten que los barcos de sus vidas pueden zozobrar o hundirse en cualquier momento. Es a ustedes, que están buscando un puerto seguro, a quienes deseo dirigirme hoy, a ustedes cuyos corazones se están quebrando, a los preocupados y temerosos, a los que soportan la pena o la carga del pecado, a los que sienten que nadie escucha sus sollozos, a aquellos cuyos corazones suplican: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?”.A ustedes ofrezco unas pocas palabras de consuelo y de consejo.

Tengan la seguridad de que existe un puerto seguro. Pueden hallar paz en medio de las tormentas que les amenazan. Su Padre Celestial, que sabe incluso cuando un pajarillo cae, conoce los padecimientos y sufrimientos de ustedes. Él les ama y desea lo mejor para ustedes. Nunca duden de ello. Aunque permita que todos tomemos decisiones que quizás no sean para nuestro beneficio ni para el de los demás, y aun cuando no intervenga en el curso de los acontecimientos, Él ha prometido paz a los fieles, aun en sus pruebas y tribulaciones.

El profeta Alma nos dice: “Y él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo”5.

Jesús nos consuela cuando dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”6.

Acérquense al Señor Jesucristo, quien tiene un amor especial por todos los que sufren. Él es el Hijo de Dios, un rey eterno. Durante Su ministerio terrenal, Él los amó y los bendijo.

Para los mansos y desanimados, no tuvo sino palabras de compasión y ánimo. A los enfermos, dio un bálsamo sanador. A los que anhelaban tener alguna esperanza o una muestra de cariño, la recibieron de manos de este Rey de reyes, de este Creador del océano, de la tierra y del cielo.

Hoy día, Jesucristo está a la diestra de nuestro Padre Celestial. ¿Suponen ustedes que está menos dispuesto, en la actualidad, a ayudar a los que sufren, a los que están enfermos o que, mediante la oración, acuden al Padre en busca de auxilio?

Sean de buen ánimo. El Hombre de Galilea, el Creador, el Hijo del Dios Viviente no olvidará ni abandonará a aquellos cuyos corazones se acerquen a Él. Testifico que el Hombre que sufrió por la humanidad, que dedicó Su vida a sanar al enfermo y a consolar al desconsolado, es consciente de los sufrimientos, las dudas y las penas que ustedes puedan tener.

“Entonces”, podría preguntarse el mundo, “¿por qué duerme Él mientras las tempestades rugen a mi alrededor? ¿Por qué no calma esta tormenta o por qué permite que sufra”.

La respuesta tal vez se encuentre al considerar la mariposa. Fuertemente arropada en su capullo, la crisálida en desarrollo debe luchar con todas sus fuerzas por poner fin a su confinamiento. La mariposa podría pensar: “¿Por qué debo sufrir tanto? ¿Por qué no puedo sencillamente convertirme en mariposa en un abrir y cerrar de ojos?”.

Este tipo de pensamientos sería contrario al designio del Creador. La lucha por salir del capullo contribuye a que la mariposa pueda volar. Sin esa adversidad, ésta nunca tendría la fuerza para alcanzar su destino; nunca desarrollaría la fuerza para llegar a ser algo extraordinario.

El presidente James E. Faust explicó que “en toda vida hay días dolorosos, de desesperación y llenos de adversidad. Parece haber una buena cantidad de angustia, pena y dolor para todos, incluso para los que se esfuerzan diligentemente por hacer el bien y ser fieles”7. Entonces pasa a sugerir que la adversidad que experimentamos permite a nuestra alma ser como el barro en manos del Maestro. “Las pruebas y la adversidad”, enseñó el presidente Faust, “pueden prepararnos para nacer de nuevo”8.

La adversidad puede fortalecernos y refinarnos. Tal como sucede con la mariposa, la adversidad es necesaria para edificar el carácter de las personas. Aun cuando somos llamados a navegar por aguas turbulentas, tenemos que saber el papel que ésta juega en el proceso de dar forma a nuestro potencial divino.

Si tan sólo pudiésemos ver más allá de nuestro sufrimiento actual y contemplar los problemas como una crisálida temporaria. Si sólo tuviéramos la fe y la confianza en nuestro Padre Celestial para ver cómo, tras un breve momento, podemos surgir de nuestras pruebas más refinados y gloriosos.

¿Qué padre le diría a su hijo que “aprender a caminar es una experiencia dolorosa y difícil; te tambalearás; es muy probable que te hagas daño y llorarás muchas veces cuando te caigas. Yo te protegeré para que no tengas que luchar”.Observé a Seth, nuestro nieto más pequeño, cuando estaba aprendiendo a caminar. A través de ese proceso de ganar experiencia, ahora camina con confianza. ¿Podría haberle dicho: “Por el amor que te tengo, te evitaré pasar por esto”.¿Y si debido a que no soportaba ver cómo se tambaleaba nunca hubiese aprendido a caminar? Eso es algo inconcebible en un padre o en un abuelo amoroso.

Si el niño va a caminar alguna vez, debe pasar por los tropezones y el proceso a menudo doloroso de aprender. Animamos a Seth a aprender a través de su experiencia. Sí, aun sabiendo que el proceso sería difícil, sabíamos que la libertad y la dicha de caminar tendrían más peso que cualquier dolor o adversidad pasajeros.

Mis hermanos y hermanas, ¿qué es la mortalidad sino un largo proceso semejante a aprender a andar? Debemos aprender a caminar en las sendas del Señor.

Ustedes son más fuertes de lo que piensan. Su Padre Celestial, el Señor y Maestro del Universo, es su Creador. Cuando pienso en ello, mi corazón vibra de gozo. ¡Nuestro espíritu es eterno, y los espíritus eternos tienen una capacidad inmensurable!

Nuestro Padre Celestial no desea que seamos medrosos; no quiere que nos sumamos en nuestra miseria, sino que espera que nos cuadremos, que nos arremanguemos la camisa y venzamos nuestros desafíos.

Ese tipo de espíritu, esa mezcla de fe y trabajo arduo, es el que debemos emular al buscar ese puerto seguro de nuestra vida.

Hermanos y hermanas, no están solos. En la actualidad hay millones de personas a su lado en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Aquellos que siguen las enseñanzas y el ejemplo del Salvador están “dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras; sí, y [están] dispuestos a llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo”9.

La pregunta que Caín hizo al Señor: “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”, ha sido contestada por los profetas en estos últimos días. “Sí, somos los guardas de nuestros hermanos”10, ha dicho el presidente Thomas S. Monson. Cuando trabajamos en unión para beneficiar a los que tengan alguna necesidad, “eliminamos la debilidad de la persona que se encuentra sola y la sustituimos por la fuerza de muchas otras que sirven juntas. Aunque no podamos hacerlo todo, sí podemos y debemos hacer algo”11.

Los obispos, los maestros orientadores, las maestras visitantes y los miembros de los quórumes del sacerdocio, de las Sociedades de Socorro y de las demás organizaciones auxiliares están listos para ayudar. Las enseñanzas del Salvador y de la Iglesia constituyen nuestro mejor puerto seguro, sí, nuestro más seguro “refugio contra la tempestad”12.

Por supuesto que sus hermanos y hermanas de la Iglesia no van a resolverles sus problemas. En mi experiencia, cuando hacemos por los demás lo que éstos pueden hacer por sí mismos, con frecuencia los hacemos más débiles en vez de más fuertes. Pero sus hermanos y hermanas estarán a su lado para fortalecerles, animarles y ayudarles.

A medida que venzan la adversidad en la vida, se harán más fuertes, y entonces estarán mejor preparados para ayudar a los demás, a los que están trabajando por encontrar un puerto seguro contra las tempestades que rugen a su alrededor.

Cuando se sientan sacudidos de un lado a otro por las tormentas de la vida, cuando las olas se eleven y los vientos soplen, en esos momentos sería natural que ustedes gritasen en el corazón: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?”.Cuando vengan esos momentos, piensen en el día en el que el Salvador se despertó en la popa del barco, se levantó y reprendió a la tempestad. “Calla, enmudece”13, dijo.

En ocasiones tal vez nos veamos tentados a pensar que el Salvador no es consciente de nuestras pruebas, pero, en realidad, lo correcto es lo opuesto; somos nosotros los que tenemos que despertar nuestro corazón a Sus enseñanzas.

Empleen su inventiva, su fortaleza, su determinación para resolver las dificultades. Hagan todo lo que puedan y dejen el resto para el Señor. El presidente Howard W. Hunter dijo: “Si nuestra vida y nuestra fe se centran en Jesucristo y en Su Evangelio restaurado, nada podrá ir permanentemente mal. Por otro lado, si nuestra vida no está centrada en el Salvador ni en Sus enseñanzas, nada podrá salirnos permanentemente bien”14.

Vivir el Evangelio no quiere decir que las tempestades de la vida nos vayan a pasar de largo, sino que estaremos mejor preparados para hacerles frente con paz y serenidad. “Escudriñad diligentemente, orad siempre, sed creyentes”, nos amonestó el Señor, “y todas las cosas obrarán juntamente para vuestro bien, si andáis en la rectitud”15.

Alléguense al Señor Jesucristo; tengan ánimo; guarden la fe; no duden. Llegará el día en que se calmen las tormentas. Nuestro amado profeta, el presidente Gordon B. Hinckley, ha dicho: “No debemos temer; Dios está a la cabeza… [y] Él derramará Sus bendiciones sobre aquellos que caminen obedeciendo Sus mandamientos”16.

El Salvador es nuestro solaz y santuario en las tormentas de la vida. Si buscamos paz, debemos acudir a Él. Él mismo mencionó esta verdad eterna cuando dijo: “porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”17. Cuando nuestras almas estén ancladas en el puerto seguro del Salvador, podremos proclamar como hizo Pablo: “…atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, más no desamparados; derribados, pero no destruidos”18.

El profeta José Smith, que sabía mucho sobre las tempestades de la vida, exclamó angustiado durante uno de sus momentos más difíciles: “Oh Dios, ¿en dónde estás? ¿y dónde está el pabellón que cubre tu morada oculta?”19. En el momento de elevar su voz, acudió a él el sereno consuelo del Señor: “Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento; y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará; triunfarás sobre todos tus enemigos”20.

El Evangelio nos brinda ese puerto de seguridad imperecedera. El Profeta viviente y los Apóstoles actuales son como faros en la tormenta. Giren el timón hacia la luz del Evangelio restaurado y las enseñanzas inspiradas de quienes representan al Señor en la tierra.

Doy solemne testimonio de que Jesús es el Cristo viviente, nuestro Salvador y Redentor. Él dirige y conduce Su Iglesia a través de nuestro Profeta, el presidente Gordon B. Hinckley. Si vivimos de acuerdo con las enseñanzas del Salvador, con certeza hallaremos un puerto seguro en esta vida y en la eternidad venidera. Lo testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Daniel 2:45.

  2. Véase Marcos 4:38.

  3. Mateo 8:24.

  4. Marcos 4:38.

  5. Alma 7:11.

  6. Juan 14:27.

  7. “The Refiner’s Fire”, Ensign, mayo de 1979, pág. 53.

  8. Ensign, mayo de 1979, pág. 54.

  9. Mosíah 18:8–9.

  10. Moisés 5:34.

  11. “Our Brothers’ Keepers”, Ensign, junio de 1998, págs. 33, 38.

  12. D. y C. 115:6.

  13. Marcos 4:39.

  14. The Teachings of Howard W. Hunter, editado por Clyde J. Williams, 1997, pág. 40.

  15. D. y C. 90:24.

  16. “Ésta es la obra del Maestro”, Liahona, julio de 1995, pág. 81.

  17. Mateo 11:30.

  18. 2 Corintios 4:8–9.

  19. D. y C. 121:1.

  20. D. y C. 121:7–8.