1990–1999
Nuestro destino
October 1999


Nuestro destino

“El centro del plan es el Señor Jesucristo. Si lo rechazamos a Él y lo despreciamos, el gran plan de felicidad no tendrá eficacia a favor de nosotros”.

Hace algunos meses, al término de una sesión de una conferencia de estaca, conversó conmigo una hermosa jovencita de unos 18 o 19 años de edad, quien me expresó cierta preocupación por algunos aspectos de la proclamación sobre la familia. Su actitud no era de rechazo, sino de un deseo sincero de entender. He pasado bastante tiempo reflexionando sobre la preocupación de ella.

El Dios de la creación habló a Moisés en un esfuerzo por ayudarle a entender el destino de este mundo: “Y he creado incontables mundos, y también los he creado para mi propio fin; y por medio del Hijo, que es mi Unigénito, los he creado” (Moisés 1:33).

Presten atención a las palabras del Señor: “los he creado para mi propio fin”. El Señor tenía un propósito al establecer los mundos y en unos cuantos versículos explicó cuál era: “Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39).

Está claro que el Señor tenía un plan trazado para lograr Sus propósitos. En las Escrituras leemos los diferentes nombres del plan: “el gran plan de felicidad”, “el plan de redención”, “misericordioso designio del Creador”, “el plan de salvación”, “el plan de justicia” y “el gran plan del Dios Eterno”.

Cada nombre hace hincapié en un aspecto u otro del plan, pero en realidad sólo hay un plan, al que se le dan diferentes nombres, por medio del cual Dios intenta llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.

Piensen en un avión que sale del aeropuerto con la trayectoria completamente trazada en un mapa. Los pilotos y la tripulación saben exactamente hacia dónde van y no se desviarán de su curso y no dejarán de llegar a su destino ni una vez en cincuenta mil vuelos, a menos que interfieran las condiciones del tiempo o una falla mecánica. Imagínense otro avión con capitán y tripulación, pero sin un plan de vuelo. Se ponen en marcha los motores y el avión se desplaza por la pista. Cuando empieza a ascender, la tripulación no sabe si girar hacia el este o hacia el oeste. Si ustedes estuvieran en ese avión, no tendrían casi ninguna posibilidad de llegar a su destino. Es evidente para todos nosotros que la tripulación de un avión necesita un plan de vuelo.

Así es con nuestras vidas. No se pueden tomar decisiones a largo plazo a menos que la persona entienda que hay un propósito aquí y reconozca que tiene que entender por lo menos algunos aspectos del misericordioso plan del Gran Creador.

El Señor nos ha dado instrucciones y mandamientos para ayudarnos a lograr el destino que Él tiene previsto para nosotros. Se entienden mejor los mandamientos cuando se sabe algo del plan. Alma enseñó este principio cuando dijo: “Por tanto, después de haberles dado a conocer el plan de redención, Dios les dio mandamientos de no cometer iniquidad, el castigo de lo cual sería una segunda muerte, que era una muerte eterna respecto de las cosas pertenecientes a la rectitud; porque en éstos el plan de redención no tendría poder, pues de acuerdo con la suprema bondad de Dios, las obras de la justicia no podían ser destruidas” (Alma 12:32; cursiva agregada).

Una parte importante del plan es el derecho a elegir personalmente. El Señor lo llama albedrío moral. Nosotros podemos elegir lo que deseemos, pero no podemos evitar las consecuencias de nuestras elecciones. Piensen en eso. Se nos permite tomar nuestras propias decisiones en esta vida, pero no debemos decir después que el plan es injusto debido a que tenemos que aceptar el resultado de nuestras elecciones.

El centro del plan es el Señor Jesucristo. Si lo rechazamos a Él y lo despreciamos, el gran plan de felicidad no tendrá eficacia a favor de nosotros. Él dedicó Su vida en la existencia preterrenal, durante la vida terrenal, e incluso en los mundos eternos a establecer el plan del Padre para nuestra bendición y beneficio. El precio para el Maestro fue monumental. Piensen en Su dolor en Getsemaní y en Su sufrimiento en el Calvario. Esto ha de darnos un concepto de la importancia enorme del plan de redención.

El orgullo, el deseo de obtener las cosas vanas del mundo, la falta de castidad, el mal entendido de la identidad sexual, la codicia y la indiferencia por la santidad de la vida son sólo unos cuantos de los obstáculos de la vida terrenal. Pueden obstaculizar nuestro destino o evitar que lo alcancemos. El plan admite el arrepentimiento, pero no la aceptación de un comportamiento autodestructivo.

“Porque yo, el Señor, no puedo considerar el pecado con el más mínimo grado de tolerancia.

“No obstante, el que se arrepienta y cumpla los mandamientos del Señor será perdonado” (D.y C. 1:31–32).

El comprender el plan nos puede ser de gran consuelo en las severas pruebas que enfrenta el género humano. Más aún, esa comprensión fortalecerá nuestra fe. Una de las pruebas más difíciles es la separación de los seres queridos debido a la muerte. El plan es un gran consuelo si entendemos las siguientes palabras de las Escrituras:

“Porque así como la muerte ha pasado sobre todos los hombres, para cumplir el misericordioso designio del gran Creador, también es menester que haya un poder de resurrección, y la resurrección debe venir al hombre por motivo de la caída; y la caída vino a causa de la transgresión; y por haber caído el hombre, fue desterrado de la presencia del Señor” (2 Nefi 9:6).

Somos literalmente hijos e hijas de Dios. Esa realidad debe impregnar cada fibra de nuestro ser. El saber esta verdad influirá en gran forma en las decisiones de la vida que nos acarrearán ya sea gozo o amargo pesar.

Muchos de los que diseñan las filosofías de los hombres saben poco o nada de los propósitos de Dios. Sus conceptos seculares a menudo son deplorablemente inadecuados para los propósitos eternos. Por ejemplo, si alguien cree que la existencia del hombre sobre la tierra es un accidente de la naturaleza, el criterio de esa persona está en error. Estos filósofos modernos no saben de la vida preterrenal del género humano ni están al tanto del destino eterno del hombre. ¿Cómo es posible que propongan conceptos que puedan soportar las pruebas de los siglos?

El presidente Gordon B. Hinckley anunció la proclamación de la familia diciendo:

“Con tanta sofistería que se hace pasar como verdad, con tanto engaño en cuanto a las normas y los valores, con tanta tentación de seguir los consejos del mundo, hemos sentido la necesidad de amonestar y advertir sobre todo ello. A fin de hacerlo, nosotros, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles, presentamos una proclamación a la Iglesia y al mundo como una declaración y confirmación de las normas, doctrinas y prácticas relacionadas a la familia que los profetas, videntes y reveladores de esta Iglesia han repetido a través de la historia” (Gordon B. Hinckley, “Permanezcamos firmes frente a las asechanzas del mundo”, Liahona de enero de 1996, pág. 116).

Algunos se quejan que cuando los profetas hablan con claridad y firmeza están quitándonos el albedrío. Aún tenemos la libertad de elegir; pero debemos aceptar las consecuencias de esas decisiones. Los profetas no nos quitan el albedrío; simplemente nos amonestan con respecto a las consecuencias de nuestras decisiones. ¡Cuán absurdo es criticar a los profetas por sus advertencias!

Cultiven la fe en los profetas y en sus amonestaciones; busquen la confirmación del Espíritu en cuanto a la inspiración de ellos; entonces, cuando ellos hablen y ustedes respondan de manera positiva a su consejo, encontrarán consuelo, paz y aun gozo.

Alma, un profeta de la antigüedad, tenía fuertes sentimientos de preocupación por sus semejantes cuando dijo: “Sí, declararía yo a toda alma, como con voz de trueno, el arrepentimiento y el plan de redención: Que deben arrepentirse y venir a nuestro Dios, para que no haya más dolor sobre toda la superficie de la tierra” (Alma 29:2).

Si comprendemos el gran plan del Eterno Dios, la declaración de la familia trae consigo paz y seguridad. La obra en sí da testimonio de sí misma, porque el Espíritu de Dios está con ella.

El mensaje de la proclamación confortará a los padres que tal vez estén poniendo en tela de juicio la función que ellos desempeñan en el hogar. Llevará seguridad a los hijos al ser criados por padres que les aman y entienden su destino divino. Y llevará felicidad perdurable a la joven que me habló al entender ella y cumplir la función que le asignó un Padre Celestial sabio y amoroso. En el nombre de Jesucristo. Amén.