1990–1999
El Sacrificio Al Prestar Servicio
Octubre 1995


El Sacrificio Al Prestar Servicio

“Que todo joven capacitado y todo matrimonio que este en condiciones se una a aquellos que han pagado el precio necesario para cumplir una misión regular.”

Al contemplarles esta tarde, veo a muchos jóvenes sentados junto a sus valientes padres y sus leales lideres del sacerdocio. Estos padres y lideres están dispuestos a pagar el precio, aun con sacrificio, del éxito de ustedes, los jóvenes.

En relación con el espíritu de sacrificio, recuerdo una conversación que mantuve hace unos años con el presidente de la estaca a que asistía, en Idaho; estábamos deliberando sobre el próximo campamento Scout del Sacerdocio Aarónico, y le explique que seria necesario que cada persona llevara su propia bolsa de dormir, a lo cual el comentó: “Nunca he dormido en una bolsa de dormir”. Yo le dije: “Presidente, no puede estar hablando en serio. Ha vivido todos estos años en este hermoso Idaho, ¿y nunca durmió en una bolsa de dormir?” “no, nunca; nunca he podido dormir!”, contestó, “pero si me metí muchas veces en mi bolsa durante toda una noche”. Y luego agregó: “Y estoy dispuesto a meterme muchas veces mas si eso va a ayudar a salvar muchachos”.

El sacrificio del que me gustaría hablar es el que acompaña al servicio misional. Desde el comienzo de los tiempos nuestro Padre Celestial ha llamado a siervos dignos para que vayan por el mundo a proclamar el evangelio y testificar del Mesías, Jesucristo. Muchos de los que han cumplido con sus llamamientos lo han hecho con grandes sacrificios.

Quisiera hablarles de cuatro misioneros que cumplieron sus misiones hace mucho tiempo; eran Ammón, Aarón, Omner e Himni, los hijos del rey Mosíah. Su conversión había sido tan ferviente, que deseaban que toda persona escuchara el mensaje del evangelio. Leemos esto en el Libro de Mormón:

“Pues estaban deseosos de que la salvación fuese declarada a toda criatura, porque no podían soportar que alma humana alguna pereciera; si, aun el solo pensamiento de que alma alguna tuviera que padecer un tormento sin fin los hacia estremecer y temblar” (Mosíah 28:3).

Suplicaron a su padre durante muchos días que les permitiera efectuar la obra misional entre los lamanitas; pero Mosíah temía por la seguridad de sus hijos en la tierra de sus enemigos.

“Y el rey Mosíah fue y preguntó al Señor si debía dejar ir a sus hijos entre los lamanitas para predicar la palabra”.

La primera parte de la respuesta del Señor quizás no haya sido exactamente lo que Mosíah deseaba oír:

“Y el Señor dijo a Mosíah: Déjalos ir”. Pero luego siguieron tres promesas maravillosas; una fue: “… porque muchos creerán en sus palabras”; otra: “… yo libraré a tus hijos de las manos de los lamanitas”; y esta otra “… y tendrán vida eterna” (Mosíah 28:6-7).

El no les prometió grandes riquezas, sino el mayor de todos los dones de Dios, ¡la vida eterna! ¿Pueden imaginar una promesa mas maravillosa para misioneros fieles?

Los cuatro hijos misioneros de Mosíah no escogieron un camino fácil. Su decisión no era conveniente ni popular: Renunciaron al reino, “… Mosíah no tenía a quien conferir el reino” (Mosíah 28.10), pues todos salieron en la misión; servir en una misión no era particularmente aceptable y fueron ridiculizados por otros miembros de la Iglesia. Ammón recordó la experiencia, diciendo:

“no os acordáis, hermanos míos, que dijimos a nuestros hermanos en la tierra de Zarahemla que subíamos a la tierra de Nefi para predicar a nuestros hermanos los lamanitas, y que se burlaron de nosotros?” (Alma 26:23; cursiva agregada).

Su decisión de cumplir una misión no fue dictada por la conveniencia. Ammón contó las dificultades que enfrentaron:

“… y nos han echado fuera, y hemos sido objeto de burlas, y han escupido sobre nosotros y golpeado nuestras mejillas, y hemos sido … atados con fuertes cuerdas y puestos en la prisión”. Sin embargo, continua, “por el poder y sabiduría de Dios hemos salido libres otra vez” (Alma 26:29).

Las suyas no fueron misiones fáciles, pero tuvieron miles de conversos.

Ahora veamos otro grupo de misioneros, mas cercano a nuestra época, en los tiempos de la Restauración. Existía entonces considerable persecución de los enemigos, tanto de los de afuera como de los mismos miembros de la Iglesia. En un momento en que parecía que el Profeta los necesitaba cerca, dos de los Apóstoles, Brigham Young y Heber C. Kimball, fueron llamados a cumplir misiones en el exterior. A continuación, el histórico relato del élder Heber C. Kimball sobre las patéticas condiciones de su partida:

“Fui hasta la cama y le estreche las manos a mi esposa, que temblaba con la fiebre palúdica y tenía acostados a su lado a dos de nuestros hijos, también enfermos; los abrace a ella y a los niños y me despedí de ellos. El único niño sano era el pequeño Heber Parley, y con gran dificultad apenas podía cargar un cubo con dos litros de agua del manantial que estaba en la base de una colina para mitigar la sed de los enfermos. Abrumados, subimos a la carreta y nos dirigimos colina abajo. Sentía como si las entrañas mismas se me fueran a derretir al tener que dejar a mi familia en esas condiciones, casi en los brazos de la muerte. Me parecía algo imposible de soportar. Después de recorrer unos cincuenta metros, le indique al conductor que se detuviera. Entonces le dije al hermano Brigham: Esto es muy duro, ¿no es cierto? Levantémonos y despidámonos alegremente. Nos pusimos de pie en el carro, y agitando tres veces los sombreros en el aire, gritamos: ¡Viva! ¡Viva! ¡Viva Israel! Al oírnos, Vilate [Kimball] se levantó de la cama y salió a la puerta; tenía una sonrisa en los labios y ella y Mary Ann Young nos gritaron: ¡Adiós! ¡Dios les bendiga! Devolvimos el saludo y dijimos al conductor que siguiera. Luego de eso sentí un espíritu de gozo y gratitud por haber visto a mi esposa de pie en lugar de dejarla en la cama, sabiendo como sabia que no habría de verles nuevamente durante dos años o mas” (citado por Helen Mar Whitney en “Life Incidents”, Woman’s Exponent, 15 de julio de 1880, pág. 25).

Aquella fue una de las cuatro misiones que cumplieron estos dos Apóstoles misioneros.

Ahora, vayamos al presente, a una entrevista que tuve con un apuesto líder de zona en la Misión Brasil Sao Paulo Interlagos. Y le dije: “Cuénteme sobre su familia”. Entonces me relató lo siguiente: Había nacido en una familia acomodada. Su padre tenía un puesto de importancia en una corporación multinacional y se mudaron de Brasil a Venezuela. El era uno de siete hijos, todos miembros de la Iglesia.

Cuando este joven tenía quince años, un ladrón le disparó a su padre y lo mató. En consejo de familia, se tomó la decisión de volver a Brasil e invertir los ahorros en la compra de una pequeña casa. Un año y medio después, la madre informó a sus hijos que le habían diagnosticado cáncer; y aunque emplearon los ahorros para pagar parte de los gastos médicos, los esfuerzos fueron en vano y seis meses después la madre falleció, dejando huérfana a la joven familia.

Cuando nuestro joven misionero, el élder Bugs, tenía dieciséis años, encontró trabajo, primero vendiendo ropa y mas tarde material para computadoras. Utilizo el dinero duramente ganado para mantener a sus hermanos menores. “Siempre fuimos bendecidos con lo necesario para comer”, me dijo. “Trabajaba durante el día. y luego ayudaba a los chicos en sus estudios por la noche. Extraño mucho a mi hermanita menor; yo le enseñé a leer”.

El élder Bugs continuó contándome: “Un día. el obispo me invitó a una entrevista, en la que me llamó a cumplir una misión. Le dije que antes de contestarle tenía que hablar con mi familia. En nuestro consejo de familia, mis hermanos me hicieron recordar que papa siempre nos había enseñado que debíamos prepararnos para servir al Señor como misioneros regulares. Así que acepte el llamamiento. Cuando recibí la carta del Profeta, retire todos mis ahorros, me compre un traje nuevo, un par de pantalones, camisas blancas y corbatas, y un par de zapatos. Entregue el resto del dinero al obispo (suficiente para sostener a mis hermanos unos cuatro meses). Abrace a mi pequeña familia y salí a la misión”.

Mirando a aquel valiente joven, le pregunté: “Pero, élder, estando usted lejos, ¿quién cuida ahora a su familia?’’ “Oh”, me contestó, “mi hermano tiene dieciséis años, la misma edad que yo tenía cuando mama murió. Ahora el esta cuidando a la familia’’.

Hace poco tuve la oportunidad de hablar por teléfono con el élder Bugs, que hace ya seis meses regresó de la misión. Cuando le pregunte cómo estaba, me dijo: “Tengo nuevamente un buen trabajo y estoy cuidando de mi familia; pero extraño mucho la misión. Fue lo mas grandioso que he hecho. Ahora estoy ayudando a mi hermano menor a prepararse para su misión”.

¿Por que han sacrificado estos grandes misioneros y muchos otros como ellos sus comodidades, su familia, sus seres queridos y sus afectos para responder al llamado a servir? Porque tienen un testimonio de Jesucristo. Y una vez que lo conocen a El, no hay cama demasiado dura o pequeña, ni clima demasiado frío o caluroso, ni comida tan diferente o idioma tan extraño que les impida servir a su Maestro. No hay sacrificio demasiado grande para servir a Aquel que lo sacrificó todo con el fin de preparar la vía para que Sus hermanos pudieran volver a reunirse con su Padre Celestial. Y porque ellos han sido fieles, miles de almas han de reverenciar su nombre por toda la eternidad.

Testifico que no hay llamamiento de mayor majestad que el estar totalmente al servicio de nuestro Redentor, y ayudarle a llevar a los hijos de nuestro Padre Celestial al conocimiento de Aquel que ha hecho posible la vida eterna. Ruego que todo joven capacitado y todo matrimonio que este en condiciones se una a aquellos que han pagado el precio necesario para cumplir una misión regular. Y esto lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.