El presidente Monson marca un hito al cumplir 50 años como apóstol

Por Por Gerry Avant, editor de Church News

  • 26 Septiembre 2013

El presidente Thomas S. Monson fue ordenado como apóstol el 4 de octubre de 1963, a la edad de 36 años.

Puntos destacados del artículo

  • El aniversario de 50 años del presidente Monson como apóstol es el 4 de octubre de 2013.
  • Una de las cosas que le ha traído el mayor gozo es “el sentir la influencia del Señor, las impresiones” y responder a ellas.
  • Cuando se le preguntó cómo le gustaría ser recordado, el presidente Monson contestó: “Hice mi mejor esfuerzo”.

“Yo siempre he seguido la filosofía de ‘prestar servicio donde se le llame, no donde ha estado o donde podría estar. Prestar servicio donde se le llame’”. —Presidente Thomas S. Monson

El jueves 4 de octubre de 1963, Thomas S. Monson entró al Tabernáculo en la Manzana del Templo y buscó y encontró un asiento en el lado norte de la planta principal del edificio, bastante cerca del frente.

Un fotógrafo asignado a cubrir la Conferencia General Semestral Nº 133 de la Iglesia tomó la que bien podría ser la última foto de él como un miembro “común y corriente” de la Iglesia. Unos momentos después que se tomó esa foto, a los 36 años, Thomas S. Monson fue sostenido como el miembro más nuevo del Quórum de los Doce Apóstoles.

Desde entonces, nunca ha tenido que buscar un asiento en la conferencia general; sin embargo, nunca se ha apartado por completo de los miembros “comunes y corrientes”. En el medio siglo desde que se le llamó como apóstol, el presidente Monson nunca ha perdido el deseo de estar entre los miembros. Le ha encantado estrecharles la mano, darles abrazos y hablar con ellos a dondequiera que ha ido en todo el mundo.

Hace cincuenta años, en esa conferencia general semestral, comenzó su primer discurso como Autoridad General recién llamado con estas palabras:

“Hace unos años me hallaba ante un púlpito en el que había una pequeña placa que sólo el orador podía ver, y que decía: ‘Quien se pare ante este púlpito, sea humilde’. ¡Ruego a mi Padre Celestial que nunca me permita olvidar la lección que aprendí aquel día!”.

Aunque sólo tenía 36 años, el nuevo élder Monson tenía experiencia en el liderazgo de la Iglesia. Habiendo sido llamado a los 22 años como obispo, a los 27 como consejero de presidente de estaca y a los 31 como presidente de misión, ya tenía experiencia en la enseñanza y en dirigir a los demás y en escuchar y ser guiado por el Espíritu. La humildad y la compasión lo han guiado en todas sus labores en la Iglesia.

En su primer discurso de conferencia general, el élder Monson dijo:

“Recuerdo a una hermanita, una hermana canadiense, cuya vida los misioneros cambiaron. En cómo su espíritu quedó impresionado al despedirse de mi esposa y de mi hace dos años en Quebec. Ella dijo: ‘presidente Monson, puede que nunca vea al profeta. Puede que nunca escuche al profeta. Pero presidente, lo importante es que, ahora que soy miembro de esta Iglesia, puedo obedecer al profeta’”.

Thomas S. Monson se encuentra entre el público en el Tabernáculo de la Manzana del Templo, momentos antes de que fuera sostenido como Autoridad General e invitado al estrado.

Esa hermana canadiense no tenía manera de saber que estaba hablando con un hombre al que, un par de años después, sería llamaría por un profeta, David O. McKay, a prestar servicio en el Quórum de los Doce Apóstoles y que en años futuros llegaría a ser un profeta.

En su primer discurso a los miembros de la Iglesia, el élder Monson dijo: “Mi más sincero ruego hoy, presidente McKay, es que sea capaz de obedecerles siempre a usted y a éstos, mis hermanos. Consagro mi vida y todo lo que pueda tener. Me esforzaré al máximo de mi capacidad por ser lo que ustedes quieren que sea. Estoy agradecido por las palabras de Jesucristo, nuestro Salvador, cuando dijo:

“‘He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré… [a] él’.

“Ruego fervientemente, mis hermanos y hermanas, que mi vida merezca el cumplimiento de esa promesa de nuestro Salvador”.

El élder Monson dio su testimonio: “Sé que Dios vive mis hermanos y hermanas. Sin duda. Sé que ésta es Su obra y sé que la experiencia más dulce de esta vida es sentir Sus impresiones mientras nos dirige en el adelanto de Su obra. Sentí esas impresiones cuando era un joven obispo, guiándome a los hogares donde había necesidad espiritual, o quizás temporal. Volví a sentirlas en el campo misional al trabajar con sus hijos e hijas, los maravillosos misioneros de esta gran Iglesia que son un testimonio viviente al mundo de que esta obra es divina y de que nos guía un profeta”.

Durante una entrevista hace varios años, Church News le pidió al presidente Monson que describiera cómo había sido ser llamado como apóstol del Señor. Él no respondió a la pregunta directamente pero habló de “ser llamado por Dios” en términos más generales. Él habló de ser llamado como obispo a los 22 años a prestar servicio en un barrio de 1.080 personas, de las cuales más de 80 eran viudas. Él dijo: “Tuve una gran responsabilidad con respecto a bienestar, y vale mencionar que nuestra familia era una familia pionera en ese barrio. Cerca de una tercera parte del barrio estaba compuesta por familias que llevaban muchos años en esa área y dos tercios con personas que solo permanecían en el barrio por poco tiempo. El por qué fui seleccionado, no se lo sabría decir. Sólo el Señor lo sabría. Tuve la oportunidad de servir durante cinco años como obispo de ese barrio grande. Yo diría que fue uno de los periodos más productivos de mi vida” (Gerry Avant, notas de la entrevista, agosto de 1997).

Después de la muerte del presidente Gordon B. Hinckley, el 27 de enero de 2008, el presidente Monson fue ordenado y apartado como Presidente de la Iglesia el 3 de febrero de 2008.

Poco antes de que fuera sostenido por los miembros de la Iglesia en una asamblea solemne durante la Conferencia General de abril de 2008, Church News le preguntó al presidente Monson si él podría describir sus pensamientos y sentimientos relacionados con el momento en que se enteró de que iba a ser el próximo presidente de la Iglesia. Una vez más, el presidente Monson dio una respuesta que podría entender casi cualquier persona que preste servicio en la Iglesia: “Yo siempre he seguido la filosofía de ‘prestar servicio donde se le llame, no donde ha estado o donde podría estar. Prestar servicio donde se le llame’.

“Yo lo hice como obispo, como miembro de la presidencia de estaca, como presidente de misión y como apóstol. Yo nunca especulé sobre qué puesto tendría en la Iglesia en un futuro. Nunca lo hice. Yo pensé que el presidente Hinckley me sobreviviría”(Church News, 5 de abril de 2008).

A lo largo de su vida y en especial durante sus cincuenta años como Autoridad General, el presidente Monson ha prestado servicio donde se le ha llamado. Como miembro del Quórum de los Doce, supervisó las misiones de la Iglesia en el oeste de los Estados Unidos, el Pacífico Sur, México, América Central y Europa. Después de varios años y siguiendo la norma de rotación, las misiones europeas fueron transferidas a otro miembro de los Doce; sin embargo, el élder Monson retuvo la responsabilidad de todos los países detrás de la Cortina de Hierro. Él fue imprescindible en la construcción del Templo de Freiberg, Alemania, prestó servicio como presidente del Comité de Publicación de las Escrituras y supervisó el proceso que resultó en las nuevas ediciones de los libros canónicos de la Iglesia.

Sirvió como consejero de tres presidentes de la Iglesia; fue llamado en 1985 como Segundo Consejero del presidente Ezra Taft Benson, en 1994 como Segundo Consejero del presidente Howard W. Hunter y en 1995 como Primer Consejero del presidente Gordon B. Hinckley.

Durante una conversación con Church News antes de cumplir 70 años (véase Church News, 23 de agosto de 1997), el presidente Monson dijo que una de las cosas que le han traído más gozo es “el sentir la influencia del Señor, las impresiones. Al responder a ellas, usted descubre que de alguna manera está respondiendo a la oración de alguien”.

Él dio como ejemplo una experiencia que había tenido varios años antes, cuando salía de un hospital después de visitar a su padre. Él llevaba prisa para llegar a una reunión a las 8:00 h. “Estaba apurado, pero simplemente no podía tomar el ascensor cuando se abrieron sus puertas”, él dijo. “Me preguntaba: ‘¿qué debo hacer?’.

“Una señora salió de una habitación y preguntó: ‘tiene un minuto?’. No tenía un segundo. Pero su petición fue tan amable que le dije: ‘Sí’. Entré a la habitación. Había una buena mujer que se encontraba en los últimos momentos de su vida. La familia estaba toda reunida, llorando. Ellos dijeron: ‘¿Le podría dar una bendición a mamá y pedirle al Padre Celestial que si ha llegado su hora, su deseo sea concedido, o si no ha llegado su hora, que su salud sea restaurada?’. Su hijo y yo administramos a la mujer. Más tarde, cuando regresé a mi oficina, recibí un mensaje de que cada uno de los hijos besó a su mamá y se despidió. Entonces, falleció tranquila. No conocía a ninguno de ellos cuando entré a esa habitación, pero entonces me di cuenta por qué no podía tomar el ascensor.

“He tenido esas impresiones a lo largo de mi vida de manera que trato de mantener las antenas alertas y sin ninguna interferencia, a fin de que haya una comunicación clara. Cuando soy el destinatario de ese tipo de bendición, pienso en el pequeño verso: ‘Las bendiciones más gratas de Dios siempre se reciben de las manos de los que le sirven aquí en la tierra’. (“Living What We Pray For”, por Whitney Montgomery).

“Se desarrolla un reconocimiento de que el Padre Celestial sabe quién es usted. Y Él dice: ‘Ve y has esto por mí’. Siempre le doy las gracias. Lo único que siento es que no tengo más tiempo para hacer lo mucho que se nos llama a hacer. Trabajo arduamente. Trabajo largas horas. Espero trabajar con eficacia, pero nunca siento que he hecho todo lo que debería hacer… Creo que tenemos la responsabilidad de ser una buena influencia en los demás”.

Cuando se le preguntó cómo le gustaría ser recordado, el presidente Monson contestó con una frase corta que capta acertadamente la esencia de su vida y ministerio: “Hice mi mejor esfuerzo”.